Enjuiciamiento
crítico de los Transtornos Digestivos Funcionales, avances en su estudio
y propuestas para ulteriores desarrollos
Dr.
Raúl León-Barúa (*)
Los transtornos de salud en general, y sobre todo los
transtornos digestivos, son clasificados en orgánicos y funcionales.
Se considera orgánico a un transtorno cuando tiene como base una
lesión anatómica o, por lo menos, una alteración
bioquímica; y funcional, cuando, por el contrario, no tiene ni
lesión anatómica ni alteración bioquímica
de base (1, 2). Así, úlcera péptica, cáncer
gástrico y colitis ulcerativa son transtornos orgánicos
por haber obvias lesiones anatómicas de por medio. Y también
es transtorno orgánico la malabsorción de lactosa, con
sus manifestaciones de flatulencia, dolor abdominal y diarrea, por ser éstas
debidas a deficiente actividad de lactasa, una substancia bioquímica
en la mucosa intestinal. Por el contrario, el conjunto de flatulencia,
dolor abdominal y diarrea asociados con depresión, como puede
ocurrir en el síndrome de intestino irritable (SII), es considerado
transtorno funcional.
Desde hace tiempo, hemos planteado múltiples
objecciones a la clasificación de los transtornos de salud en
orgánicos
y funcionales (1, 3). Pero, en el presente artículo, por razones
de brevedad, mencionaré sólo las dos más importantes.
En
primer lugar, la clasificación es arbitraria porque, por
ejemplo, como lo dijimos antes, las molestias debidas a malabsorción
de lactosa son consideradas un transtorno orgánico por tener
como base una alteración bioquímica: la deficiente actividad
de lactasa en la mucosa intestinal. No obstante, el mismo tipo de molestias
asociadas con depresión son consideradas un transtorno funcional.
Y uno se pregunta, ¿acaso la depresión no se acompaña
de molestias digestivas por mediación de neutransmisores y hormonas
gastrointestinales, substancias que, a fin de cuentas, son tan bioquímicas
como la lactasa?
Pero la objeción más grave aún es
que, como vamos a ver luego, la clasificación de transtornos en
orgánicos
y funcionales ha obstaculizado y retardado el progreso en la dilucidación
de problemas importantes de salud y, como consecuencia, en el diagnóstico
y tratamiento adecuados de esos problemas.
Habiendo hecho esta aclaración previa, vamos a considerar ahora
aspectos particulares importantes de la dispepsia y el SII.
Dispepsia
Como ya lo hemos precisado el Dr. Yriberry en el presente
simposio y nosotros en anteriores publicaciones (4-7), en las reuniones
de consenso
del Rome Working Group sobre transtornos "funcionales" del
aparato digestivo, realizadas en Roma en 1991 y 1998, se llegó a
la conclusión de que dispepsia es todo dolor o malestar persistente
o recurrente localizado en la parte alta del abdomen (2, 8-10).
Si se
aceptara esta definición, habría que convenir en
que, p.ej., dolor recurrente por insuficiencia coronaria irradiado al
epigastrio sería también dispepsia. Para evitar confusiones
así, hemos propuesto mas bien la siguiente definición de
dispepsia: síntoma o conjunto de síntomas (síndrome)
que se originan directamente en la parte alta del aparato digestivo y
que guardan relación con la presencia o ausencia de alimentos
en el estómago y/o duodeno (4-7).
En las reuniones de consenso
antes mencionadas, se precisa que los síntomas
cardinales de la dispepsia son: dolor localizado en la parte alta del
abdomen, sensación de llenura o distensión epigástrica
postprandial, náusea y vómitos (2, 8-10).
Como puede verse,
los síntomas del síndrome de reflujo
gastroesofágico, o sea, pirosis o vinagreras y regurgitaciones,
han sido excluídos del síndrome dispéptico.
Probablemente
considerando que los síntomas del síndrome
de reflujo gastroesofágico se originan en el esófago, ese
síndrome ha sido separado del de la dispepsia (4-7). En realidad,
el esófago es un órgano que tiene como función sólo
el traslado de alimentos ingeridos al estómago y no su digestión.
Sin embargo, se hace difícil aceptar la separación si se
considera:
1) que los síntomas de reflujo raramente aparecen no acompañados
de los de dispepsia, como ha sido demostrado recientemente (11);
2) que
el reflujo, al igual que la dispepsia, es con frecuencia precipitado
por el consumo de tabaco, café, bebidas gaseosas, condimentos,
exceso de grasa o azúcar, chocolate, jugo de naranja, etc. (12);
3)
que retardo en la evacuación gástrica y reflujo duodeno-gástrico
de bilis y jugo pancreático pueden inducir reflujo gastroesofágico
(9, 12); y
4) que, en último término, el daño que el ácido
clorhídrico, la pepsina y las sales biliares producen en el esófago
depende, como en el caso de las lesiones gastroduodenales, de ruptura
de equilibrio entre factores agresivos y factores defensivos locales
(12). La etiopatogenia del daño esofágico resultaría
ser, pues, similar a la de la enfermedad ulcerosa péptica duodenal
o gástrica (12). Teniendo en cuenta estas consideraciones, en
un cuestionario que creamos para diagnosticar dispepsia incluímos
la sintomatología de reflujo gastroesofágico (6).
La dispepsia es clasificada en dos tipos: "orgánica" y "funcional".
La dispepsia "funcional", a su vez, es subdividida en:
a) "similar a la ulcerosa", cuando el síntoma
predominante es dolor;
b) "similar a dismotilidad", cuando predomina
malestar; y
c) inespecífica, cuando no se puede precisar la sintomatología
(2, 8-10).
Los miembros del Rome Working Group reconocen que la clasificación
que proponen está basada mayormente en lo que relatan los pacientes,
no habiéndose podido encontrar para ella, hasta el momento, algún
claro sustento fisiológico o de respuesta a tratamiento (2, 8-10).
En primer lugar, como ya lo hemos dicho, tenemos serias objeciones a
la clasificación de transtornos en orgánicos y funcionales.
De otro lado, como lo acabamos también de mencionar,
el criterio para subdividir a la dispepsia "funcional" en "similar
a la ulcerosa" y "similar a dismotilidad" es la presencia
de dolor en la primera y de sólo malestar en la segunda (2, 8-10).
Pero, el síntoma dolor no es siempre igual, ya que, como lo vamos
a precisar luego, a veces se presenta con estómago vacío
y se alivia con la ingestión de alimentos, y otras veces es mas
bien precipitado por la ingestión de alimentos. Parecería
que al subclasificar a la dispepsia "funcional" en base a la
sintomatología presente, como se ha hecho, no se han tomado en
cuenta las diferentes características que el dolor puede tener.
Si
la base clínica de la clasificación actual de la dispepsia
en tipos y subtipos es, pues, tan deleznable, no nos llama la atención
que los intentos para encontrar entre ellos diferencias fisiológicas
o de respuesta a tratamientos no hayan dado hasta el momento resultados
convincentes (2,10). Y esto, a pesar de haberse empleado técnicas
fisiológicas sofisticadas, tales como medición de la evacuación
gástrica de alimentos sólidos digeribles marcados, electrogastrografía,
ultrasonografía de la digestión gástrica, etc.
(2,10), y de haberse probado medicamentos que teóricamente deberían
ser eficientes (2,10).
Como una contribución a los esfuerzos para dilucidar la naturaleza
de la dispepsia, además de la definición antes expuesta,
proponemos lo que sigue.
Los síntomas cardinales de la dispepsia son:
sensación
de llenura fácil o con cantidad de alimento menor que la acostumbrada,
sensación de llenura o distensión epigástrica postprandial,
vinagreras, regurgitaciones, náusea, vómitos, eructación
excesiva, "dolor de hambre" y dolor epigástrico postprandial
(4-7).
El "dolor de hambre" es de intensidad variable,
puede ser constante o intermitente, se localiza en la parte alta del
abdomen
y
especialmente en el epigastrio, se presenta con estómago vacío
y disminuye en intensidad con la ingestión de alimentos o antiácidos,
aparece una o más horas después de las comidas y, sobre
todo, a mitad del tiempo entre comidas, puede despertar al paciente en
la madrugada, y tiende a evolucionar por ondas a través del tiempo
(4-7). El "dolor de hambre" ha sido llamado corrientemente
dolor de tipo ulceroso. Sin embargo, preferimos emplear para él
la denominación antigua de "dolor de hambre" ("hunger
pain") creada por Moynihan (13,14), porque al realizar endoscopía
en pacientes que lo presentan hemos demostrado presencia de úlcera
en sólo el 12% de ellos (15). Moynihan y Hurst (13,14), ya en
1909, cuando no existían aún estudios radiológicos
del tracto digestivo y menos endoscopía, habían notado
que al operar pacientes con ese tipo de dolor no siempre se encontraba
lesión ulcerosa.
El dolor epigástrico postprandial, por
el contrario, es precipitado por la ingestión de alimento, y por
lo tanto aparece menos de una hora después de las comidas (4-7,15).
En
ocasiones, los pacientes no pueden precisar bien las características
del dolor, ya sea porque éstas se presentan realmente en forma
indefinida, o porque el paciente no les ha prestado suficiente atención.
En tales casos, hablamos de dolor "indefinido" (4-7).
Recientemente,
estudiamos la velocidad de evacuación gástrica
en tres grupos de voluntarios: 30 personas controles sanas, 20 pacientes
dispépticos con "dolor de hambre", y 20 pacientes dispépticos
sin "dolor de hambre" y con o sin dolor epigástrico
postprandial; los pacientes dispépticos con y sin "dolor
de hambre" compartían en proporción variable otros
síntomas dispépticos, y en todos ellos se habían
descartado lesiones anatómicas en el esófago, estómago
y duodeno mediante endoscopía (Dispepsia idiopática) (4,5,7).
Todas
las 30 personas sanas y los 40 pacientes dispépticos ingirieron
una cápsula de gelatina conteniendo 10 filamentos de plástico
impregnado de bario e, inmediatamente después, un desayuno estándar
(16). A continuación se tomaron placas radiográficas del
abdomen a las 1 y ½, 3, y 4 y ½ horas, para precisar la
progresión de los filamentos. En todos estos tiempos, pero con
más claridad a las 3 horas, se observaron diferencias entre las
velocidades de evacuación gástrica en los tres grupos.
Como puede verse en la tabla 1, la velocidad de evacuación gástrica
de los marcadores fue significativamente mayor en los pacientes con "dolor
de hambre", y significativamente menor en los pacientes sin "dolor
de hambre", que en las personas controles sanas (4,5,7).
Pensamos
que los buenos resultados obtenidos se deben probablemente a dos factores:
primero, al empleo del criterio de presencia o ausencia
de "dolor de hambre", y no sólo de dolor en general,
para clasificar a los pacientes; y segundo, al uso de marcadores sólidos
no digeribles para medir la velocidad de evacuación gástrica
(4,5,7). Efectivamente, mientras que la evacuación gástrica
de alimentos sólidos digeribles depende de la contractilidad antral
del estómago (17), la evacuación de sólidos no digeribles
se debe mas bien a la actividad del "complejo motor migratorio" (CMM)
(17).
Nuestras observaciones nos hacen recordar a las antiguas
constituciones "hiperesténica" e "hiposténica" de
Hurst (14), y a los tipos de dispepsia con los mismos calificativos diagnosticados
por clínicos y cirujanos del pasado (18). Nos llevan también
a objetar el nombre de dispepsia "similar a dismotilidad" aplicado
a sólo un tipo de dispepsia, porque los dos tipos de dispepsia
objetivados se deberían en el fondo a "dismotilidad":
en la dispepsia con "dolor de hambre" o "hiperesténica" la "dismotilidad" consistiría
en aceleración de la evacuación gástrica, y en la
dispepsia sin "dolor de hambre" o "hiposténica",
en lo contrario, o sea, en retardo de la evacuación.
FIGURA
1
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Tomando en
cuenta todo lo expuesto, pensamos que el problema de la dispepsia debe
ser abordado haciendo, en primer lugar, una historia clínica
completa y un examen físico cuidadoso. La historia clínica
debe incluir datos sobre la sintomatología dispéptica existente
y su asociación con otros síntomas o síndromes,
y la presencia de probables factores psicológicos (estrés
y desórdenes emocionales tales como ansiedad, depresión,
etc.).
De acuerdo con estos primeros resultados obtenidos,
la dispepsia sería
catalogada entonces como: a) "hiperesténica", cuando
hay claramente "dolor de hambre" asociado o no con otros síntomas
dispépticos; b) "hiposténica", cuando hay dolor
epigástrico postprandial asociado o no con otros síntomas
dispépticos, o simplemente síntomas dispépticos
distintos que dolor; o c) "indefinida", cuando el paciente
refiere dolor asociado o no con otros síntomas dispépticos,
mas no puede precisar bien las relaciones del dolor con la ingestión
de alimento: p. ej., cuando afirma que aparece con estómago vacío
y se alivia con la ingestión de alimento, pero luego, al interrogársele
con mayor detalle, refiere que aparece menos de una hora después
de la ingestión; o, a la inversa, cuando afirma que la ingestión
de alimento precipita el dolor, pero luego refiere que éste en
realidad aparece una hora o más después de la ingestión
(6).
De otro lado, muy recientemente hemos encontrado una
definida relación
entre dispepsia y depresión (19, 20). La depresión sería
un probable factor determinante de dispepsia al perturbar la motilidad
o incrementar la sensibilidad de la parte alta del tracto gastrointestinal
(2, 8-10, 19, 20).
Para investigar otros probables factores determinantes,
es conveniente realizar exámenes auxiliares tales como: fibropanendoscopía
con biopsias de lesiones elevadas o ulceradas y de mucosa para detectar
infección por Helicobacter pylori y los cambios histológicos
que ella produce, o, por lo menos, radiografía de estómago
y duodeno de doble contraste; ecografía abdominal superior; pruebas
de función hepática; determinaciones de glicemia u hormonas
tiroideas; búsqueda de parásitos en heces; etc.
El tratamiento
indicado en pacientes dispépticos depende, como
es lógico, de los factores determinantes de su problema encontrados.
Sin embargo, si tomamos en cuenta sólo el tipo de la dispepsia
presente, nos ha parecido observar que si ésta es "hiperesténica",
o con síntomas claros de reflujo gastroesofágico, mejora
mucho con el empleo de drogas antisecretoras (bloqueadoras de receptores
H2 de histamina, o inhibidoras de la bomba de protones), y que si es "hiposténica" mejora
con el empleo de drogas procinéticas (metoclopramida, domperidona,
levosulpirida, cisaprida, mosaprida o cinitaprida).
Síndrome de intestino irritable (SII)
Tiempo atrás, el SII era denominado "colitis
pseudomembranosa" o "colon
irritable". Después, al descubrirse que el intestino delgado
también suele estar implicado en el proceso, el nombre fue cambiado
a SII. Y aún esta designación podría ser insuficiente,
ya que, asociados a los síntomas del SII, pueden aparecer otros
que sin lugar a dudas tienen su origen en el esófago, estómago
u órganos fuera del aparato digestivo, v.g., la vejiga urinaria
(21).
El SII es definido como dolor abdominal recurrente de
origen intestinal, es decir, que se alivia con la expulsión de flatos o la defecación,
y que suele acompañarse de meteorismo y transtornos en el ritmo
defecatorio; en algunos casos hay predominancia de diarrea, en otros
predominancia de estreñimiento, y en otros, finalmente, alternancia
de diarrea y estreñimiento (22, 23).
Las bases fisiopatológicas para estos transtornos son, aparentemente,
incremento en la sensibilidad dolorosa visceral (o reducción en
el umbral doloroso del intestino), y anormalidades en la motilidad intestinal.
Todas estas alteraciones fisiopatológicas serían debidas,
a su vez, a participación de factores psicosociales, modulación
por el sistema nervioso central, y actividad autonómica (22, 23).
En
lugar de calificar al intestino como "irritable",
lo cual estaría indicando que responde constantemente en forma
exagerada a estímulos, sería más apropiado llamarle "hipersensible",
por el incremento en la sensibilidad dolorosa visceral que lo caracteriza.
Y, como las alteraciones motoras no parecen ser siempre
del tipo de hipersino también, otras veces, de hipomotilidad,
sería conveniente agregar la denominación de "dismotilidad".
El nombre de SII sería cambiado, pues, por el de "síndrome
de intestino hiperalgésico y dismotílico". Pero esto,
lógicamente, resultaría muy complicado.
Lo que estamos haciendo
por el momento es analizar, por separado, los síntomas del SII,
vale decir, el dolor abdominal recurrente de origen intestinal, la flatulencia,
el estreñimiento y la diarrea.
Sobre
flatulencia, publicamos recientemente lo que ya hemos avanzado (24).
En la actualidad, estamos estudiando, además, el valor de
la prueba de fermentación fecal basal (25-31) y con adición
de lactulosa para explicar y manejar mejor lo que pasa en el intestino
de pacientes con problemas por gas. También, vamos a medir el área
de las burbujas de gas presentes en el colon, en una radiografía
de abdomen simple tomada en pacientes con flatulencia (especialmente
con meteorismo) en condiciones basales y después de tratamiento
con procinéticos que tienen efecto sobre la motilidad intestinal.
En
lo que respecta al dolor abdominal recurrente de origen intestinal, estamos
precisando todos los posibles factores determinantes del proceso,
incluyendo por supuesto factores psicológicos. En varios trabajos,
con ayuda de alumnos de medicina, hemos determinado las prevalencias
del SII en diversos grupos de población y su correlación
con depresión (32-34). Depresión reduce el umbral de sensibilidad
dolorosa (22, 23), lo cual podría ser la explicación de
la hipersensibilidad a la distensión de asas intestinales presente
en el SII. Algunos autores han expresado dudas en lo que respecta a la
correlación entre depresión y SII, descrita por primera
vez años atrás (35); esos autores piensan que en los estudios
que parecen demostrar la correlación hay un sesgo consistente
en que individuos con SII consultan más con médicos cuando
están deprimidos, lo cual, lógicamente, originaría
una correlación artificial entre ambos procesos (22,23). El hecho
de que hayamos encontrado consistentemente correlación entre depresión
y SII en grupos de población, y no sólo en pacientes vistos
en consulta, desvirtúa la objeción descrita.
Aunque nos
falta todavía mucho por investigar, tenemos desde
ya la impresión de que problemas intestinales con posibilidad
diagnóstica de SII según criterios recomendados internacionalmente,
v.g., los criterios de Manning (36), podrían tener factores determinantes
que varían geográficamente, dependiendo de las prevalencias
de infecciones y parasitosis intestinales, sobrecrecimiento bacteriano
en el intestino delgado (37), malabsorción de lactosa (38,39),
etc., encontradas en los diversos países y regiones del mundo.
Para
estudiar el estreñimiento, hemos reiniciado el empleo de
sencillos métodos para investigar la velocidad del tránsito
intestinal que creáramos años atrás (40-43). Con
esos métodos, se determinan fácilmente los tiempos de tránsito
intestinal total, en el colon derecho, y en el colon izquierdo. Entre
otras cosas, pensamos investigar la relación entre los tiempos
de tránsito colónico y la fermentación intestinal.
Finalmente,
en lo que respecta a diarrea crónica, ya sea continua
o recurrente, hemos precisado que en el 24.1% de los casos está presente
un síndrome de intestino delgado contaminado (37); en alrededor
del 20%, antecedente de colecistectomia con el consiguiente flujo excesivo
de sales biliares hacia el intestino, especialmente el colon, y su acción
catártica, disturbio potencialmente corregible mediante el suministro
de una resina de intercambio iónico, v.g., cholestyramine o cholestipol
(44); y en el 40%, colitis microscópica (45), perfectamente tratable
con subsalicilato de bismuto (45,46).
Espero que, con los estudios que
estamos realizando y la ayuda de una visión clínica, integral,
de los problemas abordados, podamos a corto plazo explicar y manejar
mejor el síndrome de intestino no exclusivamente "funcional" y
muy probablemente hiperalgésico y dismotílico (¿Síndrome
de intestino hiperalgésico y dismotílico, SIHYD?).
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(*)
Gastroenterólogo, Profesor de la Escuela de Postgrado “Victor
Alzamora Castro”, Profesor Investigador,
Titular de la Cátedra de Historia y Filosofía de las Ciencias
y la Medicina, Universidad Peruana Cayetano Heredia, Lima -Perú.
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