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AL DOCTOR MANUEL PODESTÁ ... YA EN EL ULTIMO REFUGIO, LA MEMORIA Nos dejó Manuel. Se ha dicho que hay personas que mueren y otras que se nos mueren. Este último caso lo aplico a su fallecimiento. Creo recordar que era Ortega y Gasset quien escribió que lo mejor del recuerdo es el olvido. Hoy, he de mostrar mi desacuerdo desde la admira-ción que le profeso, cuando escribo estas líneas evocadoras de los seis meses de la muerte de Manuel Alberto Podestá Ventura, porque lejos de olvidar lo que fue, me alimento aún de su recuerdo. Conocí a Manuel ya tarde, pero tuve la fortuna de tratarlo durante más de treinta años, que ahora, me parecen efímeros y breves, incapaz de concentrar en mi cabeza y de guardar en mi corazón el torrente de afecto, comprensión y toleran-cia que constantemente me ofreció. Sé que eran muchos y aún lo son los compañeros y amigos que tuvo Manuel Podestá. Yo me considero uno de ellos, y traigo ahora su recuerdo aquí como un deber de lealtad con mi corazón agrade- cido al ejemplo que me ofreció durante el tiempo que tuve la fortuna de tratarle. Sé que hombres como Manuel Podestá nunca mueren del todo. Yo aún lo veo sonriente, era el humor permanente, la alegre ironía sin hiel, era la palabra que zumba, era agudo en su análisis, era un conversador inagotable. Era el hombre pendiente de la familia, de su mujer Maruja, la discreción personificada, de sus hijos Francisco, María, Antonio, Gonzalo, y de sus nietas. Era amigo de sus amigos y yo sé que no tendré otro tan sincero, tan crítico, tan flexible para entender los errores, tan generoso en el elogio. La moderación, el equilibrio, la mesura, la concordia, la conciliación fueron una constante en cualquiera de las responsabilidades en las que se desempe-ñó con tanto acierto, fueran médicas o empresariales. Hoy Manuel, ante la soledad de este folio en que escribo estas líneas he musitado una oración con mi recuerdo, enlazando mi memoria a los versos del poeta: Compañero del alma, compañero.
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