La evolución conceptual de la relación entre el desastre y el hombre

La evolución conceptual de la relación entre el desastre y el hombre tender heridos evidencia que no tuvimos capacidad para la prevención.

Entre 1980 al 2000 tres millones de personas en el mundo perdieron la vida por efectos de desastres naturales (1), la cifra de heridos y afectados multiplicó esa cifra, 10 a 15% de estos quedó con alguna limitación física o mental crónica (2). ¿Cómo explicar tanto sufrimiento?

Por miles de años el hombre buscó en los cielos la razón de su infortunio, creyó ver en la furia de poderosas deidades el origen de las catástrofes que afligían poblaciones y territorios, justificaba tales hechos como sanciones por las faltas que los hombres cometían y buscó el perdón y la benevolencia de los dioses con rituales y ofrendas, brujos o adivinos fueron los intermediarios entre el hombre y la divinidad. El desastre se entendió entonces como la materialización de la mala suerte, de ahí su etimología (latín: des, astrum, mala estrella).

Las poblaciones cristianas del Medioevo europeo se sintieron protegidas de aquellas calamidades que ocurrían en tierras paganas de ultramar hasta que un poderoso terremoto destruyó la devota ciudad de Lisboa en 1755, científicos y teólogos investigaron las razones del hecho y la respuesta fue: las culpas de los hombres. Immanuel Kant propuso entonces una teoría material diferente de la explicación sobrenatural para explicar el sismo: en las profundidades de la Tierra habrían grandes cavernas con gases calientes a elevada presión que al desplazarse producirían los terremotos.

En 1915, Wegener describió la teoría de la deriva de los continentes en su obra "Los orígenes de los continentes y de los Océanos" donde explica que la corteza exterior de la Tierra está conformada por siete grandes placas tectónicas que van empujándose y superponiéndose entre sí. Esta teoría justificaba la relación entre terremotos, volcanes y otros fenómenos geológicos y porqué la mayoría de los sismos se concentraba en los bordes de las placas. La explicación del origen de los terremotos pasó entonces al ámbito físico. En las décadas siguientes numerosos aportes científicos permitieron comprender la fenomenología de los desastres "naturales" y los daños ocasionados.

Una sucesión de sismos en la región, iniciados en el Perú en mayo de 1970, evidenció que los mayores daños ocurrían en las poblaciones cuya vivienda asentaba sobre terrenos blandos, o tenían precariedad constructiva, o las situadas en el curso de deyección de grandes montañas. La vulnerabilidad de la ocupación territorial y seguridad de la vivienda pasó a primer plano, quedó claro que algunas condiciones de peligro eran susceptibles de reducirse con planificación e inversión anteladas. Se crearon los sistemas de defensa civil para afrontar los efectos destructivos.

La estrategia del sector salud se concentró en fortalecer la respuesta asistencial mediante los denominados preparativos para desastres, se extendió la conformación de brigadas de respuesta, hospitales de campaña, atención en foco y transporte de víctimas. Estos recursos se concentraban en los hospitales los cuales eran considerados hasta entonces como ambientes de alta seguridad.

En setiembre de 1985 se produjo un fuerte terremoto en México, los mayores daños ocurrieron en el Distrito Federal; el sector salud sufrió gran impacto pues 49 establecimientos asistenciales salieron de operación, algunos de ellos colapsaron catastróficamente sepultando a sus ocupantes, se perdió el 23% de las camas hospitalarias en la zona afectada y debieron reubicarse 5 mil pacientes hospitalizados (3). Se hizo evidente que los hospitales eran espacios que podían albergar elevada vulnerabilidad y que podían dejar de funcionar cuando eran más necesarios.

Se propuso reducir la vulnerabilidad de los establecimientos de salud y se aprobó el concepto de Hospital Seguro como aquel que garantizara que durante el impacto del siniestro no causaría daños a sus ocupantes y en el post impacto podría atender a la población afectada. Se inició entonces la etapa de la mitigación de la vulnerabilidad física de los hospitales.

Documentos publicados por la Organización Panamericana de Salud permitieron conocer que en los 20 años precedentes más de cien hospitales de América Latina y el Caribe habían salido de operación por efecto de terremotos, la quinta parte de ellos había colapsado catastróficamente (4), los aportes continuaron, el autor propuso estudiar las razones por las cuales el restante 80% de hospitales había salido de operación tras el terremoto. En 1997 se realizó en el Perú el estudio de vulnerabilidad sísmica de quince establecimientos incluyendo, por primera vez, los correspondientes a la vulnerabilidad organizativa y funcional.

Wijkman y Timberlake publicaron en 1985 una revisión sobre las relaciones entre la amenaza y la vulnerabilidad y su rol en la generación de desastres, mencionaban que en los 500 años precedentes no habían cambiado las condiciones climáticas ni geológicas del planeta pero en las recientes dos décadas se habían producido más desastres que en las anteriores, los eventos habían sido más costosos y letales y, peor aún, afectaron más a los más pobres; precisaron que entre 1960-1981 cada desastre en Japón causó en promedio 63 muertes mientras que en el Perú promediaron las 2,900.

Consideraron que esta diferencia se debía a la acumulación de factores de vulnerabilidad registrada en los países más pobres, particularmente en las poblaciones con mayor precariedad social; calificaron los desastres como acontecimientos sociales y políticos que con frecuencia podían ser evitables. Este documento marcó un hito en la comprensión de las causas y los daños causados por desastres enfatizando la importancia que tenía el desarrollo social como un determinante de la vulnerabilidad.

La combinación de pobreza, crecimiento demográfico sin desarrollo social, entorno natural y social peligroso, y degradación del medio ambiente es importante fuente de vulnerabilidad más aún cuando interactúa con factores sociopolíticos particularmente los conflictos entre grupos sociales. Hoy entendemos que toda forma de empobrecimiento lleva, secuencialmente, a incrementar la vulnerabilidad, los daños por desastres y el subdesarrollo.

La violencia es una efectivo mecanismo de empobrecimiento, en el mundo causa 1,6 millones de muertes cada año (6), mil millones de personas están afectadas por violencia masiva, guerra, terrorismo, o conflictos étnicos, 450 millones quedaron con algún desorden mental, 45 millones viven como refugiados y 50 naciones requieren un proceso de reconstrucción; en el Perú entre 1980 al 2000 la violencia causó la muerte o desaparición de 69,240 personas, dejó en la orfandad a 38,000 y causó pérdidas por unos 30 mil millones de dólares americanos.

La accidentalidad del transporte es otra activa causa de empobrecimiento. Causa cada año en el país 3,500 muertes y 100 mil víctimas con un costo de unos mil millones de dólares, 1,5% del PBI, solo el caos del transporte en Lima irroga un sobrecosto de US$ 500 millones para los usuarios, más grave aún: en el grupo etáreo de 10 a 49 años es la primera causa de muerte alcanzando al 24,5% del total anual triplicando la mortalidad por infecciones respiratorias y digestivas. No existe un argumento técnico ni moral para aceptar la mortalidad, la morbilidad ni el sufrimiento que ocasionan los accidentes y la violencia.

Al igual que esos hechos, los epicentros de los grandes terremotos están ahí, solo esperan su momento. Aunque la amenaza subsiste hoy tenemos la convicción que la reducción de la vulnerabilidad personal y social es la mejor vía para preservar vidas ante el riesgo de desastres, la historia sísmica del país no puede ser desoída, tampoco podemos desatender los aliados de la vulnerabilidad: informalidad, fragmentación, desorden, lenidad, discontinuidad, accidentalidad y violencia. La Sociedad Peruana de Medicina de Emergencias y Desastres saluda el interés de la Fundación Instituto Hipólito Unanue y el Comité Editorial de la revista Diagnóstico en este tema el cual irroga tan altos costos a la comunidad y la predispone a ser víctima recurrente de nuevos hechos nefastos.

Dr. Nelson Raúl Morales Soto
Editor Invitado. Sociedad Peruana de Medicina de Emergencias y Desastres, Presidente.

Bibliografía

  1. Noji E. Editor. 2000. Impacto de los Desastres en la salud pública. Editorial Linotipia Bolívar Ltda. Bogotá.
  2. Cohen R. Lecciones Aprendidas en Desastres Catastróficos Aplicado a la Práctica Clínica. Lima, 2009.
  3. Organización Panamericana de Salud, OPS/OMS. Crónica de Desastres. Terremoto de México, 1985. Washington, D.C.
  4. Organización Panamericana de Salud, OPS/OMS. 1989. Análisis de Riesgo en el Diseño de Hospitales en Zonas Sísmicas. Agencia Canadiense para el Desarrollo Institucional, CIDA, Oficina de Asistencia Exterior en Casos de Desastre, OFDA/AID. Lima.
  5. Wijkman A, Timberlake L. 1985. Desastres Naturales ¿Fuerza mayor u obra del hombre?. Earthscan. Washington D.C.
  6. Organización Mundial de la Salud, OMS. 2002. Informe mundial sobre la violencia y la salud. Krug E, et al (Editores) http://books.google.com.pe/ books?id=t5GbdJM4hz0C&printsec=frontcover&dq=%22Indicios+cl%C3%ADnicos+violencia%22&source=gbs_summary_s&cad=0, fecha de acceso 20feb09.